Sentado en la enorme y luminosa cocina que daba al cobertizo, Daniel se recreaba la vista con Ángela. Había dejado el pequeño cajón de limones sobre la encimera y se había sentado en una silla de madera de estilo rústico, mientras ella se paseaba por la cocina recogiendo cosas a su paso. La vio meter varios vasos sucios en el fregadero.
— ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Diez años?—preguntó Ángela, girándose hacía él. La luz que entraba por los grandes ventanales, ubicados detrás de ella, hacía que la camisola de hilo se transparentase, dejando ver con total claridad las curvas de su cuerpo. Daniel no supo el por qué, pero aquella visión lo perturbó más que verla con el pequeño bañador.
—Creo que unos doce—respondió sin poder apartar los ojos de ella. Otra vez, una deslumbrante sonrisa apareció en el rostro de Ángela, haciendo destacar un pequeño hoyuelo para el que el tiempo no había pasado.
—No pensé que fuesen tantos—se mordió el labio inferior—. Qué rápido pasa el tiempo, ¿verdad?
Daniel asintió con una sonrisa, palpando la incomodidad en el ambiente. Habían pasado doce años, doce años en los que no habían tenido ninguna clase de contacto y, al fin y al cabo, ahora no eran más que unos desconocidos. La niña que había conocido no tenía nada que ver con la mujer que ahora mismo tenía delante, había un enorme vacío entre esas dos etapas que él no conocía. Y ese vacío correspondía a los doce años que habían estado sin contacto, unos doce años seguramente llenos de decisiones, con errores y aciertos, que la habían llevado a ser la mujer que ahora era. Y él desconocía todo eso, del mismo modo que ella lo desconocía de él.
—La última noticia que tuve de ti fue tu viaje a Milán—Ángela hizo una mueca ante la mención de su estancia en Milán.
—Sólo permanecí allí unos meses, mi padre decidió traerme de regreso cuando vio que las cosas no iban como él había planeado. La verdad es que no fue un acierto mandarme a Milán con apenas diecisiete años recién cumplidos—suspiró, revolviendo un mechón rebelde que se había soltado del pasador—. Terminé los estudios aquí y después empecé Diseño de Interiores. En fin, dejemos de hablar de mí, ¿qué has hecho tú durante estos años?
—Finalicé los estudios de ingeniero agrónomo y ahora mismo estoy preparando el doctorado.
—Impresionante. Y todo eso con ¿Veinticuatro? ¿Veinticinco años?
—Veinticinco.
Ángela sonrió antes de girarse y empezar a rebuscar entre los estantes. Recordaba al Daniel de años atrás, al Daniel que se pasaba el día yendo detrás de ella, y lo cruel que había sido al lanzarle limones para alejarlo de ella y de sus amigas. En aquel entonces, ellas ya estaban en plena adolescencia y Daniel seguía siendo un niño. Ahora, doce años después, la diferencia de edad entre ambos era imperceptible, aunque tiempo atrás esa diferencia había sido abismal.
Ahora, él era un hombre y ella una mujer.
— ¿Podrías pasarme el exprimidor que tienes a tu derecha?—preguntó sin girarse mientras seguía escarbando en los estantes y cajones en busca del cuchillo ideal.
Daniel miró a su alrededor y encontró el exprimidor, no tardó en levantarse y llevárselo con presteza. Ángela se enderezó nada más llegó a su altura con el cuchillo que había estado buscando en la mano.
—Gracias. Déjalo ahí—pidió mientras tomaba un par de limones de la caja. Apartó a un lado uno y el otro lo partió en dos mitades.
Daniel, un par de pasos detrás de ella, miraba ensimismado la esbelta nuca que quedaba completamente al descubierto, unos mechones sueltos, que el pasador no había logrado atrapar, acariciaban la delicada piel. Deseaba alargar la mano y recorrer aquella nuca con sus dedos, con su boca, con su aliento. Deseaba tocarla del mismo modo que había deseado hacerlo de niño, a pesar de que entonces no sabía muy bien lo que quería, menos aún sabía lo que deseaba.
Siempre había pensado que ella era inalcanzable, una chica como ella nunca se fijaría en un chaval como él, cuatro años menor. Ángela siempre lo había fascinado, obsesionado de algún modo, había sido la inalcanzable, la deseada, la imposible. Pero ahora todo aquello parecía muy lejano y la tenía a apenas a unos centímetros.
Ahora parecía más real, más terrenal.
Muchas cosas habían cambiado, pero el deseo que había sentido por ella, la atracción que había mutado con los años, desde algo inocente a algo plenamente carnal, seguía estando ahí, dentro de él.
Y lo único que quería ahora era tocar a su diosa.
Su mirada se desplazó desde su nuca hasta las pequeñas manos que trabajaban sobre la encimera con el limón. Eran unas manos pequeñas, al menos comparadas con las suyas, de dedos largos y finos, pulcramente cuidadas y de uñas cortas. Su mano estaba curvada sobre el medio limón y hacía presión sobre el exprimidor manual para desprender de todo el jugo a la fruta. Sus dedos se veían brillantes por el jugo que salpicaba y su mano resbalaba sobre la piel del limón.
Se preguntó cómo sabrían sus dedos si en aquel momento se llevase esa mano a la boca y la lamiese con lentitud. Seguramente, sabría como ella, con un punto ligeramente ácido, pero totalmente refrescante. Se preguntó si, del mismo modo que la limonada quita la sed más que la fresca agua, esa piel bañada en limón saciaría la sed que sentía por ella.
—…por esa razón no he venido mucho por aquí los últimos años—al escuchar la voz de Ángela, se sintió salir de la sordera temporal en la que se había sumido, alzó la mirada y observó la forma en la que se movían los labios femeninos articulando cada silaba y, como siempre, le atrajo aquel labio superior ligeramente más grueso que el inferior—. Muchas veces me encontraba preguntándome qué habría sido de ti—murmuró, dejando a un lado el medio limón que había estado exprimiendo y tomando la otra mitad. Giró el rostro apenas lo suficiente para sonreírle.
—Sí, a mi me pasaba lo mismo—se sentía un estúpido allí de pie, detrás de ella, comiéndosela con los ojos como un pervertido, pero era incapaz de dejar de mirarla y admirarla. La deseaba, la deseaba y la tenía a apenas unos centímetros, pero dentro de él aún estaba el niño que temía tocar a la diosa y que le impedía dar cualquier paso.
Ángela se disponía a descartar el medio limón que había estado exprimiendo para tomar de nuevo otro entero y partirlo por la mitad.
—Espera—murmuró, acercándose más a ella. Le sacaba más de una cabeza así que, pese a estar justo detrás de ella, podía ver perfectamente sobre su hombreo—. Ahí aún hay jugo que exprimir—cubrió con su mano la de ella y se aproximó más.
Ángela contuvo el aliento al sentir el gran cuerpo de él detrás de ella, tan atrevidamente pegado al suyo, y sintió un escalofrío cuando el aliento de él acarició su cuello brevemente. La mano de Daniel cubría totalmente la suya, que seguía rodeando el limón, y se movía sobre el dorso y sus dedos con firmeza, sacando el jugo que, según Daniel, aún quedaba. Sintió el súbito impulso de aflojarse contra su pecho.
—Siempre he deseado tenerte así, entre mis brazos—Daniel seguía moviendo la mano sobre la suya y no daba muestras de haber sido él el que había pronunciado aquellas palabras susurradas—. Llevo años deseando hacer esto—murmuró con la boca pegada a su oído antes de acariciar su cuello con los labios.
4 comentarios:
Ya extrañaba leer de este blog ^^ qué bueno que hayas actualizado!
Me encantó, sobretodo el final, Daniel fue muy sensual cuando estaba detrás de ella y le habló...! ufff, me encanta, espero seguirte leyendo,
Saludos y suerte!
Por fin! Te has hecho esperar, pero ha valido la pena...Ay, mi limon, mi limonero, entero me gusta mas...Ahora no tardes en continuarlo, vale???? Besos, Joana.
Hola Marta, te he añadido a una cadena muy divertida de promocionar el blog, visita el mío y verás lo que debes hacer.
Un beso
Hola!!! Vaya con la fruterilla!!! jeje, no me esperaba que esto pintara tan bien...jeje. Siento no haberte dado antes mi opinion, pero ya sabes que he estado algo desaparecida. Pero que sepas que me encanta!!!! ^_^ Tienes que continuarlo, porfaaaaa!!! A algunas nos gusta mucho el acido citrico!! ^_^ jeje.
A seguir asi de bien wapetona!! Un besazo!!
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