Daniel hundió el rostro en su nuca, aspirando profundamente su olor: una mezcla de cálido sol, crema solar y piel femenina.
Abrió los labios y probó su sabor.
Creyó probar el paraíso.
Ángela estaba entre sus brazos, podía tocar su cuerpo y besar su piel. Aquello no podía estar pasando y, sin embargo, estaba pasando.
Tenía a su diosa.
Y su diosa lo reclamaba, pidiéndole con el cuerpo lo que era incapaz de pedir con palabras.
—Ángela… —susurró contra su nuca antes de posar los labios nuevamente sobre su piel. Ella gimoteó quedamente en respuesta.
Quería verla, observar su rostro mientras le daba placer para grabarse aquella imagen en la mente y no olvidarla jamás.
Retirar las manos de su cuerpo para voltearla requirió un gran esfuerzo de voluntad por su parte, no quería dejar de tocarla, de besarla, de olerla. Sus miradas se cruzaron cuando estuvieron cara a cara y Daniel vio su propio deseo reflejado en los ojos de Ángela.
Ella alzó el rostro hacia el suyo.
«Me mira como si le importase»
Ése fue el último pensamiento coherente que tuvo antes de que los labios de Ángela tocaran los suyos en un beso candente e íntimo. Daniel tomó su rostro entre las manos y presionó su cuerpo contra el de ella, pegando cada plano del suyo a las femeninas curvas de ella.
Dirigió las manos hasta sus hombros y una de ellas se deslizó por el esbelto brazo de Ángela hasta rodear con su mano el puño femenino, que seguía sujetando el medio limón. Le quitó el cítrico y lo dejó con parsimonia sobre la encimera, luego tomó su mano y la alzó hacia su boca.
No apartó la mirada de ella cuando se llevó el primer dedo a la boca.
El jugo ácido que impregnaba los dedos de Ángela inundó su boca, pero la expresión del rostro de ella volvió a resecársela. Ángela había entrecerrado ligeramente los párpados y sus labios se mostraban separados, en un intento por dejar paso a su acelerada respiración.
Daniel introdujo en su boca un segundo dedo.
Y Ángela sintió que sus piernas se aflojaban. La áspera caricia de la lengua de Daniel en la yema de su dedo reverberó en todo su cuerpo.
Esta vez, lamió lentamente la palma de su mano.
—Por favor… —el ruego de Ángela no fue más que un susurro, pero Daniel obedeció a su petición como si lo hubiese gritado. Abandonó su palma para devorar su boca.
Saboreó en sus labios el ácido sabor del limón y gimió.
—Por favor…
Daniel agarró el bajo de la camisola de hilo y tiró de él hacia arriba. Se apartó de sus labios únicamente el tiempo necesario para poder sacarle la prenda por la cabeza. Volvió a besarla, repartiendo sus caricias por la nueva piel que había dejado al descubierto.
Ángela mordió su labio inferior.
Daniel encerró su cintura entre las manos y la izó lo suficiente para sentarla sobre la encimera. Ella se apresuró a rodearlo con las piernas.
—Quiero más.
Maniobró con los cordones del traje de baño y, rápidamente, se deshizo de la parte de arriba, dejando su tierna piel expuesta. Inclinó la cabeza y se llenó la boca con uno de los duros pezones.
Sintió a Ángela arquearse contra él. Sintió sus dedos entre los mechones de su pelo. La sentía en cada parte de su cuerpo, tanto por fuera como por dentro.
Abandonó uno de sus pechos para asaltar el otro mientras utilizaba las manos para hacer que separara las piernas y lo soltara del agarre del que había sido víctima. Una vez aflojó la presión, pudo separarse lo suficiente como para agacharse un poco y seguir descendiendo por su cuerpo. Trazó con la lengua sus costillas, alternando las lentas lamidas con los suaves mordiscos; delineó un largo sendero por su piel, esparciendo besos y leves soplos en cada plano; y, finalmente, dibujó un círculo sobre su ombligo antes de hundir la lengua en él.
Ángela tiró suavemente de su pelo.
—Por favor… —pidió.
Daniel sabía lo que pedía.
Y obedeció a su diosa.
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Para las incansables limoneras y para el del puestecito de limonada.
2 comentarios:
BIENNNNNNNN!!!!! Por fin llegó la cosecha!!!!
Bueno, bueno!!!
Ya estás tardando, eh?? Que tengo ganas de limones!!!
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