Limón I. El reencuentro

/ 26.8.08 /


Daniel traspasó la verja de hierro abierta y recorrió el camino empedrado hasta la gran casa de la finca. Llevaba el pedido, un pequeño cajón de madera lleno de limones, sobre el hombro.

El sol y el calor de aquella mañana de Agosto eran casi insoportables. Apenas eran las nueve de la mañana y el sol ya le quemaba la piel.

A pesar de haber llevado pedidos a aquellas fincas tanto durante su infancia, acompañando a su padre, como durante su juventud y de conocer bastante bien a las familias, nunca se tomaba la libertad de entrar en las casas sin llamar antes. En verano, ocasionalmente, ayudaba a su padre con la entrega de los pedidos en las fincas de los alrededores. Esa era la época del año en la que más pedidos se realizaban, cosa normal, teniendo en cuentas que las fincas estaban bastante apartadas de cualquier pueblo y, con ello, de cualquier supermercado. La mayor parte de los pedidos eran de la gente más mayor. Su padre había empezado como panadero repartiendo pan y bollería en la urbanización, aún podía recordar el renqueo de la vieja furgoneta Renault blanca sobre la carretera de tierra cuando había acompañado a su padre en los repartos, pero después había pasado a convertirse en algo así como el “hombre de los pedidos y repartos”. Subía cada mañana a vender el pan y aquello les venía de lujo a los propietarios de las fincas más mayores que no desean ni podían desplazarse más de lo necesario.

Se plantó delante de la puerta acristalada y dio un par de golpes con los nudillos. Esperó unos minutos, pero no recibió respuesta. Volvió a llamar y obtuvo la misma respuesta. Se pregunto si quizás la familia había salido, pero luego recordó que la verja de la entrada exterior estaba abierta. Tomó el pomo de la puerta y giró, ésta se abrió con un suave chasquido. Quizás no lo habían escuchado porque estaban en la parte trasera. Volvió a cerrar la puerta, se aseguró el cajón en el hombro y procedió a rodear la casa. Por nada del mundo entraría e iría por dentro. Recorrió el camino empedrado del lateral de la casa, en el lado derecho había un jardín lleno de flores y arbustos que le dificultaban el avance.

Una vez rodeada la casa, se encontró en la parte posterior de la finca, donde se hallaba la piscina, el cenador, el asador y el gran cobertizo. Al primer vistazo, no vio a nadie, pero después un destello brillante llamó su atención. En una hamaca, junto a la piscina, había una mujer tomando el sol. El brillante negro de su cabello destellaba por los rayos del sol. Se entretuvo unos minutos estudiándola y acabó llegando a la conclusión de que se trataba de Ángela. A pesar de que hacía años que no la veía, la reconoció por su inconfundible cabello. Nunca había visto uno tan negro y luminoso.

Esa era Ángela. La pequeña Ángela que en su infancia se había divertido lanzándole limones cada vez que él aparecía por allí con su padre. La última vez que la había visto había sido dos años antes de su viaje a Milán, por aquella época debía tener unos dieciséis años. Tenía entendido que había viajado allí para estudiar diseño.

Después de tantos años, debía admitir que había pasado toda su infancia y gran parte de su adolescencia enamorado de ella. Aún recordaba la expectación que recorría su cuerpo infantil cuando su padre le informaba de que tenía un pedido de la familia Luque. Aunque luego Ángela se dedicase a lanzarle limones. Su mente de niño había pensado que tal cosa una muestra de amor. Daniel sonrió divertido.

Las cosas habían cambiado mucho desde entonces.

Se desplazó varios pasos, acercándose a ella, y carraspeó con la intención de que reparase en su presencia. Pero o se había dormido o estaba sorda.

Volvió a carraspear, esta vez más fuerte.

Ella abrió los ojos y se enderezó con rapidez, sentándose en la hamaca. Su mano derecha sujetaba la parte superior del traje de baño que seguramente había desanudado para que no le dejase marca. La vio entrecerrar los ojos a causa del intenso sol en un esfuerzo por divisarlo. Daniel percibió su sobresalto al verlo, seguramente ella no lo recordaba y pensaba que era un desconocido.

—Traigo el pedido de tu abuela—se apresuró a decir, señalando el evidente cajón que traía en el hombro—. Llamé a la puerta, pero nadie respondía. Al ver la verja abierta, pensé que quizás estarías en el cobertizo y por ello no me escuchabais—explicó.

Observó cómo se anudaba el traje de baño en la nuca antes de levantarse con lentitud de la hamaca. Su dorado cuerpo relucía debido al aceite bronceador y la luz del sol creaba claroscuros en su piel, resaltando de este modo cada curva de su cuerpo. Se inclinó y, tomando una camisola amarilla de hilo, se la puso con rapidez, ocultando su hermoso cuerpo.

Ángela se echó el pelo hacía atrás, apartándolo de su rostro, y se acercó al tipo. A cada paso que daba, había algo en él que le resultaba familiar. Y de repente, al acercarse más, vio sus ojos grises y lo reconoció de inmediato.

— ¿Es posible que seas el canijo de Daniel?—preguntó con una deslumbrante sonrisa.

—Bueno, parece que ya no tan canijo.

— ¡Cuánto has cambiado! Si no llega a ser por tus ojos, no te hubiese reconocido—sonrió de medio lado—. Ahora eres más alto que yo—añadió bromeando.

Daniel rió.

—En cambio, tú no has cambiado nada.

—Me gusta creer que sí. No me agradaría seguir teniendo el aspecto desgarbado de una niña de dieciséis años—bromeó, recogiéndose el cabello con un pasador plateado—. No sabía que aún ayudabas a tu padre.

—Sólo lo hago en verano. No le viene mal una ayuda por mi parte, más ahora que es cuando más trabajo hay—Ángela sonrió, mostrando un delicioso hoyuelo.

—Siempre has sido un chico trabajador—miró el contenido del cajón que llevaba sobre el hombro y sonrió—. ¡Oh, se ha acordado!—Daniel alzó una ceja interrogante—. Ayer quería hacer limonada y no quedaban limones. La abuela me dijo que llamaría a tu padre para pedírselos—explicó entusiasmada.

—Me alegra saber que ya no utilizas los limones como proyectiles improvisados—Ángela se carcajeó de una forma melodiosa. Parecía el suave tintineo de una cristalería—. ¿Dónde quieres que los deje?

—En la cocina estará bien, así podrás ponerme al día. ¡Quiero que me lo cuentes todo! A cambio, yo prometo no lanzarte ningún limón—pasó junto a él, sonriendo—. Vamos.

4 comentarios:

{ Lucila Torres } on: 27 de agosto de 2008, 5:13 dijo...

Jej, creo que voy entendiendo lo de "la frutería" ^^ me encantó lo que leí de Limón, un reencuentro bonito para dos personas que se conocen de chicos, espero leer lo que sigue,
Saludos y suerte!

{ Dama Blanca } on: 27 de agosto de 2008, 15:08 dijo...

Hay, pero que bueno!!! Siempre me han gustado los limones, pero ahora mucho mas jaja.
A ver que tienes preparado para la buena de Angela jejeje. Espero que algo bueno, que yo te lo agradecere mucho mucho jeje.

Un besazo guapa, y a seguir asi de bien!!! ^_^

Anónimo on: 1 de septiembre de 2008, 2:13 dijo...

Los reencuentros suelen ser agradables (quitando excepciones) La sonrisa que fluye del alma cuando aparece un ser querido, o un amigo de la niñez, es de lo mas maravilloso y verdadero que existe en la vida.
Tu frutería y en especial tu reencuentro Miss...es una preciosidad. Y ten por seguro que la sonrisa que tengo en la cara al reencontrarme con tu blog y en especial contigo....es verdadera.
Un besote preciosa
Megan

Anónimo on: 3 de septiembre de 2008, 22:13 dijo...

ayssss mi niña... veo que pasamos de lo dulce a lo ácido, jaja, seguro que este limoncillo de Daniel nos va a hacer la boca agua...

Nos mantendremos a la espera..

Besos Morti

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