Ciruela III. El juego

/ 1.8.08 /

Sabrina se sentía como en un sueño, lánguida y adormecida. Todo parecía demasiado irreal, su cuerpo no parecía su cuerpo, al menos no parecía el cuerpo que ella había conocido hasta entonces. Reaccionaba de un modo diferente con él, no tenía poder sobre su propio cuerpo. Sus piernas amenazaban con dejarla caer al suelo, quería aferrarse a él. Hundir la lengua en su boca y besarlo como tantas veces había imaginado hacerlo. Pero él la estaba torturando, estaba siendo sometida a la tortura más dulce y jugosa en sus manos.

Quería que la besara, que la tocará allí donde su piel ardía, allí donde se sentía húmeda.

Gabriel posó la mano en uno de los hombros de la mujer y la empujó suavemente hacía atrás, hasta que las piernas de ella tocaron el borde de la cama.

—Siéntate.

Y Sabrina así lo hizo, el colchón se hundió bajo ella cuando se sentó en la cama. En aquella posición tenía ante ella, al alcance de la mano, el objeto de sus deseos. Un gemido casi escapó de sus labios cuando observó los abultados pantalones. Él estaba excitado, muy excitado, lo que no lograba entender era que cómo podía ser capaz de mantener aquella apariencia serena. Salvo la evidente erección y la respiración irregular, el hombre se mostraba aparentemente tranquilo y sereno.

Gabriel se acuclilló ante ella y apoyó ambas manos en sus rodillas, una completamente extendida, la otra, aún rodeando la ciruela mordisqueada, apenas apoyada. Su mano derecha acarició la rodilla femenina. A pesar de que la tela del vestido impedía el contacto directo, las yemas de sus dedos ardieron al tocarla. Deslizó la palma de la mano hacía abajo, hacía el encaje el borde de la falda, y, finalmente, pudo acariciar la pierna desnuda.

—Tienes unas piernas increíbles. Cualquier hombre vendería su alma sólo por tenerlas entorno a su cintura—murmuró, bajando la mirada y recreándose con la visión de aquellas piernas femeninas. Su dedo pulgar se movía circularmente sobre su pantorrilla—. Largas, esbeltas y tan suaves como imaginaba—deslizó la mano hacía abajo y rodeó con ella el delgado tobillo—. Quiero que me rodees con ellas cuando esté profundamente clavado en ti, ¿lo harás?—alzó la mirada nada más pronunciar la última silaba.

Sabrina sintió una nueva oleada de calor recorriéndole el cuerpo entero y la humedad de su entrepierna se incrementó. Sus oscuros ojos estaban clavados en ella mientras jugueteaba con la cinta de la sandalia que rodeaba su tobillo.

— ¿Lo harás?— desató con una mano el flojo nudo de la sandalia sin apartar en ningún momento la mirada de ella.

Sabrina asintió vehemente, era incapaz de pronunciar palabra.

—Excelente— sonrió y, despreocupadamente, se llevó la ciruela a la boca.

Lo observó morder la fruta y apreció la maliciosa mirada que le lanzó. Él masticó la ciruela con lentitud mientras le quitaba la sandalia con la mano libre, después dejó a un lado el zapato y sus largos dedos rodearon el pequeño pie.

—Nada más vi tus pies, supe que eras una chica atrevida—acarició los dedos de sus pies y sonrió cuando ella los acurrucó—. Sólo las chicas atrevidas utilizan ese tono oscuro de esmalte—recorrió la planta con la yema de un dedo y ella murmuró algo inteligible—. Además, no sólo lo lucen las uñas de tus pies, también lo hacen las de tus manos. Eso suma muchos puntos a tu favor—está vez recorrió el empeine con los dedos.

El escalofrío que recorrió su cuerpo llegó hasta las puntas endurecidas de sus pezones. Deseaba que la tocara, que tocara sus pechos, su sexo…quería que dejara de jugar con ella de aquel modo.
La mano de Gabriel ascendió por la pierna, subiendo el borde de la falda y dejando al descubierto las rodillas. Después rodeó con sus dedos la mano femenina que descansaba sobre el regazo.

—Termínatela.

Sabrina lo miró sin entender hasta que sintió que él introducía la ciruela, medio mordida, en su mano ¿De verdad esperaba que fuese capaz de morder y tragar la fruta en aquel mismo momento?

—Hazlo—dijo y luego sonrió de medio lado—. No querrás desperdiciarla, ¿verdad?

Sabrina no sabía que tenía de importante que ella se comiese la ciruela, pero si aquello servía para que de una vez por todas le hiciese todo lo que quería, no pondría ninguna objeción. Rodeó con sus dedos la fruta y se la llevó a la boca.

Gabriel sonrió satisfecho, volvió a inclinar la cabeza y comenzó a desanudar la cinta que rodeaba el tobillo del otro pie. Cuando estuvo desabrochado, dejó el zapato a un lado y rodeó sus tobillos, cada uno con una mano. Alzó la mirada y observó que ella lo miraba fijamente, con la ciruela a unos centímetros de su boca y masticando con lentitud. Estaba seguro de no haber visto una imagen más erótica que aquella en toda su vida. Deslizó las manos hacía arriba, aprisionando las esbeltas pantorrillas. Sus dedos vagaron por la piel desnuda, trazando la curva de sus rodillas y subiendo la falda del vestido cada vez más.

Sabrina mordisqueó apenas la ciruela, ahogando un gemido. Tenerlo de cuclillas entre sus piernas había sido uno de los muchos deseos que la habían acechado durante las noches que había pasado a solas en aquella misma cama. Y ahora lo tenía allí, justo ahí.

Él pareció leerle la mente.

— ¿Has fantaseado con tenerme arrodillado entre tus piernas?— las palmas extendidas de Gabriel subieron por el muslo, internándose bajo de la tela del vestido, allí donde la piel se percibí más caliente, más tierna. Todo ello lo hacía sin apartar la mirada de ella, cada reacción de la mujer lo incendiaba un poco más. Y ella no esquivaba su mirada, lo observaba curiosa, impaciente, excitada. Sí, podría darle lo que quería en ese momento y terminar ahí, pero no iba a hacer eso—. Sí, apuesto a que tantas veces como lo he imaginado yo, ¿cierto?

Sabrina asintió.

Gabriel subió más las manos y la punta de sus dedos rozó, sólo un instante, la fina tira de la ropa interior antes de retirar las manos de nuevo.

—No estás comiéndote la ciruela—observó y casi sonrió cuando la vio darle un gran mordisco a la fruta.

—Y tú no estás moviendo las manos.

— ¿Quieres que las suba un poco más?—sus manos volvieron a ascender por el muslo—. ¿O prefieres que vaya por otro lado?—deslizó la mano derecha hacía abajo, acariciando la parte interior del muslo.

—Ahí está bien—mordió la ciruela sin apartar los ojos de él.

— ¿Aquí?—las puntas de sus dedos rozaron la finísima tela de encaje que cubría su sexo. Estaba empapada y caliente.

Sabrina dio un respingo al sentir el ligero roce.

—Justo ahí.

1 comentarios:

Anónimo on: 1 de agosto de 2008, 17:18 dijo...

Creo que despues de esto no podré volver mirar a una ciruela a los ojos nunca más.. xD

Me es grato comprobar tu evolución como escritora y ver hecha realidad esta iniciativa tuya.

Te animo a seguir con ello y estoy deseando leer nuevas entregas.

Un beso con sabor a uvas, pelusilla.

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